Andaba sólo con los palabras, sin ninguna chica bonita,
Ausente.
Sin sus caricias.
Sin su sonrisa.
Y el graznido de los pájaros, no hacía más que acrecentar esa soledad,
Y la Virgen del Pilar.
En Zaragoza,
A través de las ondas, dibujando en el agua, guiños iridiscentes, que evaporados se convierten en palabras, viejos llantos de esta Tierra impenitente, que a lo largo de los siglos no es capaz que otra cosa que mirarse las manos,
callosas,
como el alma del poeta, que los aires del Sol trata de arrugar.
Tratando de robar la alegría, toda la bondad de las inmensas carcajadas de todos los niños y niñas de España, que dibujan en lo más profundo de tus lágrimas el verano que tu viejo enemigo nunca me pudo arrebatar.
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