Tu pestañeo,
tu pestañeo,
es como el sol,
como el sol de la mañana.
Y así,
desde mi ventana,
siento
tus caricias,
y tus miradas,
sobre todo,
y ante todo,
tu dulce mirada,
y tu sonrisa de nácar.
Mis versos,
a través de tus caricias,
son los ojitos,
son las manitas
de los niños
benditos del Perú.
De las niñas
benditas,
y olvidadas,
que venden caramelos.
y te sonríen,
sin pedir nada
a cambio.
¿Cuánto vale una sonrisa?
¿Y un caramelo?
Un caramelo vale
todo lo que yo te veo.
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