“En África el único modo de
superar el dolor es salvar una vida. Si alguien es asesinado el año de luto
termina con un ritual llamado la prueba del ahogado. Se organiza una fiesta
junto al río. Al amanecer, al asesino lo meten en una barca, lo adentran en el
río y lo lanzan atado para que no pueda nadar. La familia del difunto tiene que
decidir, puede dejar que se ahogue o tirarse al agua y salvarlo. Los hay que creen
que si la familia deja que se ahogue se hará justicia, pero pasarán su vida
guardando luto, pero si lo salvan están aceptando que la vida no es siempre
justa y eso aliviará su dolor. Porque la venganza es una actitud cobarde.”
Llamas
destino a lo que no conoces, pintas de un color templado todo lo que no
comprendes, alzas tu voz, pontificando, en aras de alcanzar la inmortalidad.
Y
es que, di la verdad, anhelas la divinidad.
Con
tus dos manos, y tus dos piernas, y tus ojos, enmarcados por las cejas,
desfilas por las pasarelas de este mundo, a pleno sol, deseando ese infinito
que no puedes alcanzar, ese salto imposible que eres incapaz de lograr.
Y
en la mitad de tu vida, más allá de tu gloriosa ciencia,
se
extiende el negro abismo,
la
oscura e insondable sima,
allá
donde tus pecados se hunden,
arrastrándote,
inevitable,
inexorablemente...
En
un pequeño pueblo de Sudáfrica nació de padres blancos, una niña de piel
morena, en aquella Tierra del Sur del Mundo, en el extremo de un continente
cargado de misterio...
En
el corazón de la tiniebla, en los años en los que el hombre de tez clara aún usaba
el látigo contra sus hermanos de carne bruna, vino al mundo una niña, atezada
del color de la noche, con una blanca sonrisa dibujada en la mirada.
Más
allá del muro, por encima del paredón que el sediento, que el mortal, levanta
anhelando alcanzar el cielo, mientras holla con sus pisadas a su prójimo,
parpadea Sandra Laing, al arrullo de los pájaros de África, en el lenguaje
secreto de las mariposas, que con su aleteo silencioso colorean de vida el día.
Es
la canción de cuna de Sandra, la que tira la muralla, la que tiende el puente
sobre el abismo, la que nos recuerda, con sus dos grandes ojos redondos, lo que
una vez fuimos.
Desde
el corazón de África, son los ojos de una niña los que hacen pedazos tu
soberbia y tu maldad...
Dios
te pintó de negro, para que el mundo no olvide...
“Los disparos alrededor nos
impiden oír bien, pero la voz humana es diferente de otros sonidos, puede
hacerse oír por encima de ruidos que lo inundan todo, aunque no esté gritando,
aunque sea un susurro, hasta el murmullo mas leve silenciaría un ejército
cuando dice la verdad.”
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