sábado, 29 de octubre de 2016

Amores frágiles

Decía Dámaso Alonso que en Madrid recorrían las calles un millón de cadáveres, con los ojos redondos y las manos ensangrentadas, como en una serie de AMC, tratando, infructuosamente, de devorarnos el cerebro.

Y es que las promesas, pesan poco, como las palabras, son débiles, dejándose oscilar por el viento que se asoma por cada esquina, alejándose al otro lado del mundo.

Como prueba de su inconsistencia y volatilidad.

Cuando te tocas las manos, después de llevar soñando toda la noche, aún palpas los dedos y las uñas de las manos, tras de visionar gente que no conoces en el centro de la puta cabeza.

Y si en Madrid, Don Dámaso pontificaba, en Oviedo, Don Ramón nos relató a los pocos bohemios que aún restan al caminar, que las palabras se van haciendo, hora tras hora, al calor del corazón.

Para sonreír.

Sueños lívidos, pintados de blanco, con las nubes de ese cielo que esconde nuestro futuro inmortal, regalándonos flores pintadas de rosa en nuestro funeral,

Y cuando estemos solos, cuando nos miren con esos ojos de mierda, y ese latir ausente; me vuelva a  mirar los dedos de las manos, esperando, en silencio, que pueda poder escribir todo esta soledad que siento como mía, y que algún día me liberes de este peso que a todas luces es injusto.

Yo te quiero lo mismo que tú me quieres a mí, Gran Señor.

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