viernes, 15 de julio de 2016

Adonai

En el extremo occidental del Mar Mediterráneo, ese mar azul y lleno de sal, el Mar que una vez los abuelos del casco de acero dorado, con el viento meciendo sus plumas,
llamaron su mar, muy cerca de allí, a unas cuantas brazadas de la península Ibérica, se encuentra la isla de Mallorca.

Mis padres, cuando yo era todavía un niño, nos llevaban a mí y a mis hermanos de vacaciones.

Y a mi hermana Margarita.

Los domingos solíamos ir a misa, en Cala Millor, y el cura, el Padre Nadal, gustaba de cantar una canción, venían las señoras mallorquinas con sus abanicos blancos, dándose aire en las pestañas y en su cara bonita curtida por el tiempo, con el cariño y la buena piel que otorgan el sabor de las aceitunas.

Dios es Amor, cantaba el Padre Nadal, cómo le gustaba a aquel paisano cantar esa canción, y daba las palmas, Dios es Amor, la Biblia lo dice, Dios es Amor, San Juan nos lo repite.

Y a la mitad del mes de julio, salía el pueblo al mar, en las barcas, para honrar a la Virgen del Carmen, como aquí se hace en Luanco, susurrándole a la estrella de los mares, a nuestra Rosa Mística.

Anoche, trataron de dispararle y de quitarle los pétalos a la rosa, de la única forma que saben, derramando sangre, que es la manera en la que dibujan en el suelo de rojo su vieja y maldita hambre.

Éramos seis asturianos, rodeados de señoras mallorquinas, con sus abanicos inmaculados, que se mecían con la batiente que las olas marcan sobre la arena de la playa.

El Padre Nadal cantaba, y te miraba con sus grandes ojos redondos encuadrados por las gafas, sus palabras retumbaban en el agua, y te venían devueltas con el aroma que nos regalaba la sal.

"Vosotros sois la Sal de la Tierra, vosotros sois la Luz del mundo"

¿Pero si la Sal se queda insípida, con qué se salará?

Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío, permite por favor, antes de que este mundo se acabe, permítenos, a la Luz de nuestra fe, vengar a nuestros muertos.

Adonai, yo sé que estás vivo, y al final te alzarás sobre el polvo.

Como en aquella pequeña iglesia, cuando nos decías cosas bonitas al oído.

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