sábado, 23 de julio de 2016

El verano invencible

"Siempre tuve la impresión de vivir en alta mar, amenazado, en el corazón de una magnífica felicidad"

Así habla el que durante tantos años ha sido mi pensador favorito, el hombre despierto de Argel, hijo de un hombre humilde, muerto tras la batalla del Marne, en la Primera Guerra Mundial, huérfano a los tres años, con una madre analfabeta y sorda, originaria de la isla española de Menorca.

Cuando el espíritu de Europa se encuentra pendiendo de la misma horca, cuando ves a los hombres balanceándose al compás del viento, colgados de la rama más alta del árbol, de ese árbol cadavérico, sobre el que se posa el buitre leonado de negro, es en ese entonces cuando uno ha de ser consciente del peso que sobre los hombros y el corazón nos otorga el tiempo.

Congestionados, escupiendo la bilis por la boca, con los ojos ensangrentados, con las manos agarradas, llenas de llagas, a la soga, al trozo de cuerda que te roba la vida, con la espuma deslizándose, como un veneno antiguo, a lo largo del cuello.

Cuando ya en tu interior no fluye de la vida la sangre, es cuando escuchas las viejas marchas, la inmemorial cadencia que resuena en tu ajado corazón, que te susurra, al borde de la muerte, que el espíritu se ha de alzar sobre el sable.

La Luz sólo nos puede iluminar en medio de la más bruna oscuridad, la verdad sólo puede brillar, en todo su esplendor, frente a los peores sufrimientos, desgarrando con su magia todas las mentiras que tratan, en vano, de hundirnos en lo más profundo de los abatimientos.

Antes de ser atravesados por la fría y sanguinolenta espada, que con su dentado filo despedaza nuestras entrañas, antes de morir ahorcados, antes de cerrar los ojos para siempre, hemos de escuchar el grito desgarrado del Hombre.

Que clama venganza, que se alza hacia el Cielo, retumbando a lo largo del mundo con ecos de esperanza.

Decía Albert Camus que, "En lo más profundo del invierno, finalmente aprendí que dentro de mí se encuentra un invencible verano"

Y es en ese estío inabordable donde nuestro amor se alimenta, nutriéndose de miradas, de palabras y de hechos que se levantan, volando por el aire, recorriendo el universo, en el idioma silencioso de los delfines, como un Pokemon Go que te encuentras a la vuelta de la esquina.

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